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La eterna espera. La estaba esperando con nervios, ansias, y anhelo por verla. Me fijé la hora en mi celular, faltaban 7 minutos para las 21. Así que supuse que debía estar por llegar. Miré atentamente hacia todas las direcciones, creyendo que podría ser alguna de las muchas personas que venían hacia el lugar donde yo estaba. Acto seguido, presioné la tecla del costado derecho del teléfono, y miré mi reflejo en la pantalla que estaba dibujada por las marcas de mis dedos. Levanté levemente una ceja, como por inercia. Y con una sonrisa conformista me dije a mi mismo: "Podría ser peor". Lo próximo que hice fue una autoradiografia visual de pies a cabeza. No iba a ser que de la impresión de torpe por un tropezón provocado por unos cordones desatados, de loco pervertido por un cierre a media asta o de desaliñado por una brusca arruga en mi camisa. Por último, rocé mi cuello con mis manos y las acerqué a mi nariz para oler el perfume que había elegido para la ocasión. No soy u